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La violencia es el recurso primario para defender la propia vida. La civilización reduce este instinto promoviendo la sustitución de la agresión por el razonamiento. Pero, he aquí la trampa, el razonamiento a menudo sólo es una máscara para la perpetuación de ciertas injusticias, una coartada clasista y petulante que no sólo no ataja la miseria, sino que la sostiene en beneficio de quien está en posición de comodidad. En este arte, cómo no, los políticos están versados; así surgen los salvapatrias, pero también los libertadores del proletariado y demás ralea inmunda que se aprovecha de la impotencia y la necesidad del prójimo.
Aquellos que proceden de entornos con poca educación reglada donde predomina la dificultad para expresarse verbalmente, bien por carencias educativas, bien por ausencia de interlocución, aprenden que la mejor manera de salir de los conflictos es a través de la exhibición de testosterona. Cuando se repite a lo largo de las generaciones el patrón, se genera el estereotipo, que no es irracional, por más que pueda ser injusto. Así, el "afrodescendiente" (odio las etiquetas procedentes de la anglosfera: todos somos afrodescendientes), efectivamente, tiene más probabilidad de comportarse violentamente y al margen de la ilegalidad.
¿Cómo superar este estado de cosas? A través de Twitter y etiquetando a la peña ya os digo yo que no.
Si cada uno estuviera en su casa, ni habría tensiones ni habría problemas.
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